La controversia que se desató a partir del descubrimiento de las propiedades del DDT por parte del premio Nobel, Paul Hermann Müller, parecía haber llegado a un consenso. Defensores de esa sustancia química aseguran que no existen evidencias de que el diclorodifeniltricloroetano, usado en pequeñas dosis para erradicar insectos, haya ocasionado daños irreversibles en seres humanos a pesar de no ser biodegradable. Amir Attaran, de la Universidad de Harvard, agregó que las pruebas con las que detractores intentaban demostrar lo contrario son vagas y contradictorias.
Representantes de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos declararon en 1970 que la humanidad se vio altamente beneficiada con el uso de DDT, pues se había reducido la tasa de mortalidad a consecuencia de la malaria y el dengue hemorrágico al mermar el número de mosquitos portadores de esas enfermedades.
Grupos ambientalistas afirman con fundamento que si bien las consecuencias para el hombre no son fatales, sí lo son para la flora y la fauna. Por ello, líderes mundiales buscan la suspensión total de este insecticida, pese al temor de que surjan pandemias al no haber control sobre los insectos portadores.
Ecologistas encontraron rastros de DDT en el tejido adiposo de diversos organismos que van desde seres humanos hasta osos polares, que estuvieron de alguna forma expuestos al químico ya sea por respirarlo o ingerirlo. Lo anterior ocurría por la excesiva aplicación del producto en el sector agrícola y porque el diclorodifeniltricloroetano no es biodegradable y puede permanecer en el ambiente activo por generaciones.
Las propiedades del compuesto permiten que se acumule en concentraciones más altas que las existentes en el medio de contacto. Ante tales hechos, los países desarrollados regularon su uso y los defensores de ese tipo de insecticida reconocieron, con reservas, las desventajas del uso del químico, pero rechazaron contundentemente la posible prohibición sobre su uso por parte de la Organización de las Naciones Unidas. Actualmente, existe el compromiso de erradicar por completo su uso para combatir enfermedades para el año 2020, para lo cual, ya se trabaja en diversos proyectos.
Apelando a los riesgos, autoridades no han vetado aún el uso del DDT. Todavía se llega a utilizar en cerca de 26 países para el combate del paludismo, fiebre amarilla, tifoidea y la elefantiasis. Las cantidades necesarias, desde luego, son menores que las que se requieren en la agricultura y permiten el control de enfermedades en lugares cerrados.
Por el costo y sus características, el DDT parece ser la sustancia más eficaz para combatir el paludismo. El problema fundamental dice el especialista John Dyson, no es en realidad la suspensión del diclorodifeniltricloroetano, sino la falta de alternativas costeables para suplirlo.
A pesar de las restricciones y restricción del DDT en el sector agrícola, las concentraciones que se acumularon en el ambiente siguen siendo muy altas aún en regiones en las que se interrumpió su uso hace más de treinta años. Autoridades preocupadas al respecto trabajan en perfeccionar nuevas fórmulas cuya incidencia en el medio ambiente no sea tan dañina.
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