jueves, 5 de mayo de 2022

Restricción calórica prolonga una vida saludable.

La sabía frase “Eres lo que comes” acuñada en 1804 por el filósofo alemán Ludwig Feuerbach y que hace alusión a que la comida se convierte en sangre y la sangre en corazón y cerebro, ello en materia del pensamiento, bien puede también aplicarse a lo orgánico y encajar perfectamente con la otra frase “el veneno está en la dosis”, de Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, mejor conocido como Paracelso. Ambas frases, juntas, apoyan una hipótesis que amenaza con volverse teoría: El comer menos cantidades de alimento prolonga la vida.

Ya son varios los estudios científicos que buscan demostrar que la restricción calórica frena el envejecimiento y prolonga la vida y salud. Citarlos todos resulta ocioso, pero destaca el liderado por Juan Carlos Izpisúa del Instituto Salk, en Estados Unidos, en el cual se encontró que “determinados cambios metabólicos que llevan a una aceleración del envejecimiento se pueden reprogramar de una manera relativamente sencilla, reduciendo la ingesta calórica”, con el fin no solamente de extender la vida, sino, mucho más importante, de tener una vejez más saludable. La investigación ofrece el atlas celular más detallado en el envejecimiento de un mamífero y los efectos beneficiosos de moderar la ingesta de calorías.

Como comentaba, ya son varios los estudios sobre los beneficios de la restricción calórica y los ayunos intermitentes. A pesar de ellos, habrá algunos detractores que traten de echar por tierra los hallazgos que, juntos, se empiezan a convertir en teoría, pero si observamos los siguientes puntos que voy a mencionar, por simple lógica, todo cobra sentido a favor de la restricción calórica.

Falla en el sistema inmunológico

A medida que los mamíferos envejecen, incluido el humano, se presenta una desregulación rápida del sistema inmunológico, lo que lleva a una inflamación sistémica crónica que trae, como consecuencia, enfermedades propias de la edad como alzhéimer, diabetes, cáncer, hipertensión y problemas cardiacos. Todas esas enfermedades bien pueden ser asociadas de alguna manera a los alimentos. Por ejemplo, el exceso de azúcar nos lleva a la obesidad y diabetes, el exceso de sodio constante a la hipertensión, el alto consumo de grasa a problemas circulatorios y cardíacos, y a dónde dejamos esos alimentos como la carne roja, harinas refinadas y alimentos procesados o fritos, que, de acuerdo a la OMS, se relacionan con diversos tipos de cáncer.

A medida que nos enteramos de estudios sobre el potencial cancerígeno de algunos alimentos aterrizamos en la interrogante: “¿es mejor comerlos menos?”. La respuesta es lógica: “Comer menos de todos esos alimentos puede prolongar la vida y fomentar la buena salud”. Sin embargo, es importante que si nos sometemos a una restricción calórica sea sin afectar a la requerida por nuestro organismo para poder funcionar y prevenir anemia u otros padecimientos. Es precisamente en ese punto dónde se encuentra una especie de “dardo envenenado” para aquellos a los que les gusta comer hasta “llenarse”.

Todos los seres vivos requieren de una fuente de energía y la de los mamíferos se encuentra precisamente en los alimentos y bebidas que se convierten en glucosa. En este proceso, es crucial la función de la insulina que se genera por el páncreas, la cual permite a las células tener acceso a ella. 

Un excedente de glucosa no utilizada se convierte en reservas de grasa. Mientras más se come, más glucosa y a más glucosa mayor carga de trabajo para el páncreas, lo cual nos hace un blanco fácil de padecer diabetes, esa enfermedad que destruye todos los órganos de forma gradual, lo que nos conduce al envejecimiento prematuro y la muerte.

Además, por otro lado, que nada tiene que ver con la glucosa, abusar de lo que comemos tarde o temprano pasa la factura. Nos convertimos en una especie de “bancos móviles orgánicos de glucosa, grasa, sodio, conservadores, toxinas y muchas otras sustancias que puede contener lo que consumimos”, sobre todo, si no se toma el agua suficiente y se hace ejercicio para quemar toda esa energía y liberarnos de lo que el cuerpo ya no necesita.

Lo ideal es comer moderadamente de acuerdo al plato del buen comer, solamente lo que el cuerpo requiere, aunque a veces no le guste al estómago. También es importante cuidar las calorías presentes en lo que bebemos y hacer ejercicio. Los resultados serán confirmados, sin lugar a dudas, con un análisis de nuestra sangre. Es aquí donde el estudio liderado por Juan Carlos Izpisúa del Instituto Salk cobra mucho sentido. (Artículo de opinión)

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