Después de diez años del suceso, el patólogo británico Howard Walter Florey y otros destacados científicos, lograron producir la penicilina en grandes cantidades. A partir de entonces el medicamento es empleado para matar e inhibir el crecimiento de las bacterias que producen enfermedades mortales como gangrena, gonorrea y escarlatina. Los nuevos estudios al respecto demuestran, sin embargo, que los beneficios de este casual descubrimiento disminuyen ante la resistencia que las bacterias comienzan a presentar en la actualidad.
La penicilina puede tener consecuencias graves si el paciente manifiesta alergia. La reacción más grave es la anafiláctica que se caracteriza por estupor, debilidad, respiración rápida y superficial, pulso cardiaco acelerado o débil, disminución de la presión arterial y piel fría y húmeda. En fase avanzada puede provocar incluso un paro cardiaco que termina inmediatamente con la vida del paciente. Tales efectos negativos se presentan con más fuerza cuando la penicilina es aplicada por vía intravenosa y se pueden prevenir a través de una inyección de adrenalina.
Toda persona que recibe alguna dosis de penicilina debe ser previamente diagnosticada para evitar los choques anafilácticos. La sensibilización a la penicilina se puede realizar mediante pruebas cutáneas de detección. Si aparecen ronchas o enrojecimiento del área expuesta se deben buscar otras alternativas para tratar su enfermedad. Ante el peligro que la penicilina representa para las personas susceptibles, los especialistas recomiendan a los alérgicos cargar una identificación para evitar ser tratados por este medio en caso de alguna emergencia.
La aplicación indiscriminada de antibióticos contribuye al fortalecimiento de las cepas infecciosas lo cual amenaza a la salud mundial.
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