La película Inteligencia Artificial recrea un mundo futurista en el que los seres humanos logran construir robots muy parecidos a los seres humanos. David, uno de ellos, incubó sentimientos que lo llevaron a amar a una señora como si fuera su madre. Bueno, en realidad lo era, aunque no biológicamente.
Dirigida por Steven Spielberg y concebida por Stanley Kubrick, planteaba una historia de amor y ciencia ficción en la que un pequeño robot tenía el deseo de convertirse, al igual que Pinocho, en un niño de verdad. Con eso en mente, inició su incanzable búsqueda del Hada Azul para que le hiciera realidad su anhelo.
Robots muy complejos aderezaban una historia emocionante que hizo derramar lágrimas a los espectadores más sensibles. De todos los modelos robóticos figuraba "Teddy", un oso de peluche con la inteligencia artificial suficiente para ser un buen compañero de David.
Unos robots tan avanzados estaban muy lejos de existir en la realidad hasta que el grupo japonés “Fujitsu” presentó su más ambicioso proyecto que pone de manifiesto la posibilidad de que un mundo como el de la película en unos doscientos o trescientos años pudiera hacerse realidad.
Pareciera que “Teddy”, esa parte de ficción, ha llegado a la realidad del nuevo siglo. “Queremos proponer un objeto que pueda entrar en las familias, las clínicas de convalecencia o los colegios y que tenga una acción humana benéfica”, explica uno de los investigadores del grupo Fujitsu.
Ya existe un oso de peluche robotizado muy parecido al de la película Inteligencia Artificial con lo que se empieza a fusionar la fantasía con la realidad gracias a la tecnología. El prototipo, que aún no tiene un nombre, pero sí una mirada, gestos y actitudes cual si fuera un niño tierno, tiene unos grandes ojos negros y una carita traviesa.
Como parte del diseño dispone de una cámara que puede detectar la presencia humana de cerca o a distancia y responder a su llamado con mímicas adaptadas a cada situación. “Hemos concebido una biblioteca de 320 posturas que el osito adopta en función de la atención que se le presta”, dice uno de los desarrolladores del prototipo. Lo anterior lo dota de una apariencia casi natural.
Es suficiente con que una niña lo tome como a un bebé para que se le acurruque. Ronca al quedarse dormido. Ríe y grita, todo gracias a sensores implantados en su cabeza y en el resto de su cuerpo. A diferencia de otros robots diseñados en Japón, el forro no es de metal, sino de peluche, lo que le confiere una textura suave.
Si se le dotará de lenguaje sería capaz de decir que tiene frío o calor. Ese tipo de comportamiento en las máquinas no resulta molesto a los japoneses quienes creen de forma firme que los sentimientos en seres artificiales puede llegar a convertirse en una realidad. El nuevo osezno será capaz de librar de la tristeza a ancianos y niños enfermos. De nuevo la tecnología acorta la distancia con lo que ahora conocemos como ciencia ficción.
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