jueves, 7 de enero de 2010

La ciencia da sorpresas. La radiación de celulares impediría avance del Alzheimer.

Recientes investigaciones en genética permitieron la creación de ratones propensos a padecer el mal de Alzheimer en búsqueda de respuestas médicas para el combate de tal enfermedad. La siguiente fase de la experimentación reveló que las ondas producidas por los teléfonos celulares reducen la pérdida de memoria en los especímenes creados con la enfermedad y mejoró la capacidad de memoria en animales sanos, lo cual sorprende debido a las sospechas del riesgo que tiene el uso de teléfonos celulares para el cerebro de los usuarios.

Sin embargo, los médicos de la Universidad de Florida del Sur en Tampa, encargados del experimento consideran que es necesaria una mayor investigación para descartar que la mejoría de los ratones no se deba únicamente a que la variación de temperatura durante las pruebas haya influido en el desprendimiento de los depósitos dañinos de beta amiloide en el cerebro.

El equipo investigador destacó que los resultados son relevantes para el ser humano y podrían llegar a significar una esperanza de vida para los afectados por el Alzheimer ya que con los conocimientos adquiridos es posible que se puedan desarrollar nuevas terapias más efectivas para combatir la enfermedad degenerativa.

Los ratones del experimento fueron agrupados en jaulas alrededor de una antena, que emitía una radiación electromagnética normal para telefonía móvil con una frecuencia de 918 megahercios. Fueron sometidos a esa condición dos veces por día durante una hora cada vez, a lo largo de entre siete y nueve meses. No se formaron placas de beta amiloide en el cerebro, a diferencia de lo que ocurre normalmente para los casos de Alzheimer.

Hasta ahora la Enfermedad de Alzheimer es considerada una enfermedad degenerativa para la cual no existe recuperación. Es lenta y ataca las células nerviosas de la corteza del cerebro, así como algunas estructuras circundantes. Se deterioran las capacidades de la persona de gobernar las emociones, reconocer errores y patrones, coordinar el movimiento y recordar.

Un paciente aquejado por el mal puede vivir entre tres a veinte años después del diagnóstico. La fase final de la enfermedad puede durar desde unos pocos meses hasta varios años. Durante ese periodo de tiempo la persona se vuelve cada vez más inmóvil y disfuncional.

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