Ciclo UNAM (7) Parte II. Hará posible Kinect manejar ordenadores a distancia.
¿Una máquina que traduzca de forma automática lo que dice un mudo con sus manos? Ése fue el primer proyecto de Juan, quien intentó que Kinect discriminara cada uno de los ademanes que conforman el llamado lenguaje de señas norteamericano. “Sin embargo, desarrollar los algoritmos (es decir, indicaciones) para que el aparato distinga la diferencia entre movimientos sutiles, como la elevación de un índice o la flexión de un pulgar, implica mucho trabajo, por eso no pude concluir esa iniciativa, lo que no implica que no pueda ser retomada después”.
Lo que sí logró fue desarrollar los algoritmos suficientes como para que el Kinect discriminara ciertos gestos, que aprovechó para crear un programa que permitiera manejar un ordenador a distancia. “¿Quién al dar una presentación en PowerPoint no se ha visto obligado a inclinarse a la laptop para pasar o regresar las imágenes? Lo que hice fue desarrollar una herramienta para que cualquiera pueda hacer esto a distancia, con tan sólo mover la mano. Quizá no suene tan ambicioso como crear un aparato que traduzca lo que dice un sordomudo, pero fue un primer paso, que condujo a muchos más”.
Más allá de la ficción.
Hay algunas disciplinas que, en vez de tener su origen en teorías y descubrimientos científicos, surgen de la literatura; tal es el caso de la robótica, una materia que hoy se enseña en la Facultad de Ingeniería, pero que nació de la pluma del escritor Isaac Asimov. Por ello, muchos de los objetivos que se plantea suenan a ficción, aunque sus logros sean tangibles.
“¿Decir que de aquí a unas décadas tendremos un equipo de androides capaces de vencer en un partido de fútbol a los mejores 11 jugadores del mundo, suena a cuento. No obstante, ése es el propósito del concurso RoboCup, en el que participantes de todos los países diseñan robots que dominan la pelota, y los resultados son tan alentadores que quizá esta meta sí llegue a cumplirse”.
Por ello, al enterarse de que algunos de sus compañeros de la facultad participarían en la contienda, Juan ofreció su ayuda, “y por supuesto, nuestra arma secreta será el Kinect”, explicó el joven, quien adaptó uno de estos aparatos para que el prototipo de sus amigos sea capaz de seguir a un individuo por donde quiera que éste camine, y que además improvise, a diferencia de aquellos artefactos programados para seguir rutas específicas.
“Esto es una novedad y esperemos nos ayude a ganar. Me emociona mucho este proyecto, aunque en realidad lo que quiero es aplicar todo lo aprendido en el campo de la medicina; por el momento, ya tengo una silla de ruedas que se mueve con sólo tensar un músculo, lo que ayudaría a minusválidos a no tener que mover las llantas con sus brazos”.
Aunque suene extraño, es posible usar las mismas estrategias empleadas para vencer a un futbolista mecánico, que para ayudar a una persona lisiada, “porque los saberes no son cosas aisladas, sino vinculadas”, comentó Juan, quien añadió que incluso, con un poco de imaginación, podrían mezclarse características de ambos desarrollos, el de la RoboCup y el de la silla, y construir un transporte rodante que siguiera a la enfermera o al médico en turno en su camino hacia el consultorio o la sala de operaciones, algo de mucha utilidad en un hospital.
Pensar en el futuro.
La palabra Kinect es producto de la fusión del verbo inglés connect, ‘conectar’, con la voz griega ‘movimiento’, y ambos vocablos describen a la perfección lo que Juan Rocamora intenta hacer en el más ambicioso de sus proyectos: crear una silla que se desplace ya no con la tensión de los músculos, sino con pensamientos.
“Sé que plantear esto suena a ciencia ficción, a algo que ni siquiera Asimov escribiría. Sin embargo, actualmente en todo el mundo hay grupos de científicos que trabajan en la llamada BMI (Brain-Machine Interfase, o Interfase Cerebro-Máquina), área enfocada precisamente a generar aparatos activados por la mente y sus deseos”.
Después de construir en el Laboratorio de Mecatrónica de la FI aquella silla de ruedas que se movía con sólo tensar un músculo, Juan se enfrentó a un reto que no había considerado: manufacturar una para un niño sin piernas ni brazos, “es decir, sin manera de enviar señales musculares a los sensores del aparato”.
“Si consideramos que los encefalogramas detectan ondas de pensamiento específicas, probablemente podríamos determinar cuál es la señal exacta cuando alguien quiere ir a la izquierda o a la derecha. De determinar eso, es muy factible lograr algo que para muchos parecería imposible: mover cosas con la mente”. Rocamora sabe que se trata de un proyecto arriesgado, pero espera le dé buenos resultados. Por lo pronto, para lograr esto, el joven decidió deshacerse del Kinect, pero quedarse con sus algoritmos.
Lo que sí logró fue desarrollar los algoritmos suficientes como para que el Kinect discriminara ciertos gestos, que aprovechó para crear un programa que permitiera manejar un ordenador a distancia. “¿Quién al dar una presentación en PowerPoint no se ha visto obligado a inclinarse a la laptop para pasar o regresar las imágenes? Lo que hice fue desarrollar una herramienta para que cualquiera pueda hacer esto a distancia, con tan sólo mover la mano. Quizá no suene tan ambicioso como crear un aparato que traduzca lo que dice un sordomudo, pero fue un primer paso, que condujo a muchos más”.
Más allá de la ficción.
Hay algunas disciplinas que, en vez de tener su origen en teorías y descubrimientos científicos, surgen de la literatura; tal es el caso de la robótica, una materia que hoy se enseña en la Facultad de Ingeniería, pero que nació de la pluma del escritor Isaac Asimov. Por ello, muchos de los objetivos que se plantea suenan a ficción, aunque sus logros sean tangibles.
“¿Decir que de aquí a unas décadas tendremos un equipo de androides capaces de vencer en un partido de fútbol a los mejores 11 jugadores del mundo, suena a cuento. No obstante, ése es el propósito del concurso RoboCup, en el que participantes de todos los países diseñan robots que dominan la pelota, y los resultados son tan alentadores que quizá esta meta sí llegue a cumplirse”.
Por ello, al enterarse de que algunos de sus compañeros de la facultad participarían en la contienda, Juan ofreció su ayuda, “y por supuesto, nuestra arma secreta será el Kinect”, explicó el joven, quien adaptó uno de estos aparatos para que el prototipo de sus amigos sea capaz de seguir a un individuo por donde quiera que éste camine, y que además improvise, a diferencia de aquellos artefactos programados para seguir rutas específicas.
“Esto es una novedad y esperemos nos ayude a ganar. Me emociona mucho este proyecto, aunque en realidad lo que quiero es aplicar todo lo aprendido en el campo de la medicina; por el momento, ya tengo una silla de ruedas que se mueve con sólo tensar un músculo, lo que ayudaría a minusválidos a no tener que mover las llantas con sus brazos”.
Aunque suene extraño, es posible usar las mismas estrategias empleadas para vencer a un futbolista mecánico, que para ayudar a una persona lisiada, “porque los saberes no son cosas aisladas, sino vinculadas”, comentó Juan, quien añadió que incluso, con un poco de imaginación, podrían mezclarse características de ambos desarrollos, el de la RoboCup y el de la silla, y construir un transporte rodante que siguiera a la enfermera o al médico en turno en su camino hacia el consultorio o la sala de operaciones, algo de mucha utilidad en un hospital.
Pensar en el futuro.
La palabra Kinect es producto de la fusión del verbo inglés connect, ‘conectar’, con la voz griega ‘movimiento’, y ambos vocablos describen a la perfección lo que Juan Rocamora intenta hacer en el más ambicioso de sus proyectos: crear una silla que se desplace ya no con la tensión de los músculos, sino con pensamientos.
“Sé que plantear esto suena a ciencia ficción, a algo que ni siquiera Asimov escribiría. Sin embargo, actualmente en todo el mundo hay grupos de científicos que trabajan en la llamada BMI (Brain-Machine Interfase, o Interfase Cerebro-Máquina), área enfocada precisamente a generar aparatos activados por la mente y sus deseos”.
Después de construir en el Laboratorio de Mecatrónica de la FI aquella silla de ruedas que se movía con sólo tensar un músculo, Juan se enfrentó a un reto que no había considerado: manufacturar una para un niño sin piernas ni brazos, “es decir, sin manera de enviar señales musculares a los sensores del aparato”.
“Si consideramos que los encefalogramas detectan ondas de pensamiento específicas, probablemente podríamos determinar cuál es la señal exacta cuando alguien quiere ir a la izquierda o a la derecha. De determinar eso, es muy factible lograr algo que para muchos parecería imposible: mover cosas con la mente”. Rocamora sabe que se trata de un proyecto arriesgado, pero espera le dé buenos resultados. Por lo pronto, para lograr esto, el joven decidió deshacerse del Kinect, pero quedarse con sus algoritmos.
Seleccionado por Leticia Paula Cruz para Mundo y Tecnología. Fuente texto y foto: http://www.dgcs.unam.mx/ Vea Parte I
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