miércoles, 7 de octubre de 2009

Caracoles y anélidos rigen al mundo vegetal.

El terror para los amantes de la jardinería y los productores agrícolas es un organismo hermafrodita e incluso caníbal provisto de 15 mil dientes organizados en una lengua a manera de escofina que acaba desesperadamente con sus cosechas. El caracol terrestre suele terminar, incluso, con poblaciones de otros pequeños organismos en detrimento de las siembras o plantas de ornato.

Su contraparte, las lombrices, tienen hábitos totalmente opuestos y, por tanto, benéficos para la flora, pues oxigenan la tierra al removerla y la hacen más fértil al alimentarse y excretar en ella. Ambos organismos viven muy cerca uno del otro en permanente equilibrio en los jardines o cultivos, pero también en continua batalla, pues los caracoles acostumbran también alimentarse de algunos anélidos.

En este caso, resultaría fatal que los caracoles predominaran sobre las lombrices pues, al hacerlo, seguro convertirán una tierra fértil y productiva en algo inerte y desierto. ¿Pero porqué los caracoles comen incesantemente en detrimento de todo tipo de plantas incluyendo las irritantes ortigas? La respuesta se halla en las demandas nutricionales que tiene su organismo pues, para su tamaño, soportar su concha es el equivalente a un humano de 60 kilos cargando una caja a cuestas de 90 kilogramos, y para conservarla, requiere de grandes cantidades de calcio.

Afortunadamente la naturaleza es sabia y existen muchos depredadores del caracol, lo que mantiene a su población siempre en niveles aceptables, entre ellos las ratas, los erizos, los topos, los sapos, las ranas, los patos, los mirlos y otras aves que se alimentan con ellos. Es aconsejable, por tanto, tomar medidas acordes con la naturaleza para exterminarlos sin dañar a la ecología.

Estos destructivos organismos han logrado adaptarse a su medio y asegurar su reproducción de formas realmente sorprendentes. Por ejemplo, los caracoles jamás tocan directamente las superficies por las que se desplazan, ya que, a su paso, van dejando una estela de baba semejante a una alfombra que los protege de sustancias nocivas y que los hace extremadamente resistentes, incluso al cargar todo el peso de su cuerpo sobre una navaja de afeitar.

También, cuando el clima no les es favorable, son capaces de dormir hasta por tres años ocultos en su concha sellada con un tapón casi imposible de retirar por la mayoría de sus depredadores. Tienen, además, los dos sexos y son capaces de disfrutar en realidad intensas sesiones para reproducirse sin riesgos de infertilidad y sin autofecundación. Lo anterior, a pesar de ser hermafroditas, debido a que sus órganos femeninos y masculinos maduran en diferentes etapas de su vida.

A lo largo de millones de años, los caracoles terrestres no se han modificado exteriormente, lo que significa que su perfecta anatomía les ha permitido vivir sin grandes contratiempos durante millones de años. Para los biólogos, representan un paso importante en la evolución y adaptación de las especies. Es claro que son organismos del mar que se acoplaron a las exigencias de la vida terrestre.

En lo que respecta a las lombrices, si bien son un tanto más vulnerables, debido a que no tienen una concha que los proteja, su capacidad de reproducción es en extremo rápida y constante lo que asegura su existencia y sus cuerpos están especialmente diseñados para regenerar tejidos al extremo de abandonar una parte de su cuerpo para alejarse de su enemigo y enterrarse muchos centímetros bajo la superficie del jardín o una maceta.

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